¿Por qué amás a como amás?
Origen del apego en la infancia y su impacto en la adultez; mensajes confusos sobre el amor, la necesidad de pertenecer, qué necesita una relación para funcionar y sanar para amar bien.
En la etapa de bebés aprendemos a vincularnos
Los seres humanos somos mamíferos, criaturas de sangre caliente y dependientes del afecto desde el momento en que nacemos. Al igual que los cachorros, necesitamos de nuestra progenitora para sobrevivir y desarrollarnos. Sin embargo, la diferencia radica en la complejidad de nuestro proceso de crecimiento cerebral.
Los animales nacen con una parte considerable de su cerebro ya desarrollada, pero nosotros, los humanos, llegamos al mundo con apenas un 20% de nuestro cerebro formado. El resto, un 80%, tarda unos 21 años en completarse. Durante este tiempo, nuestras necesidades de afecto, nutrición, contacto y vínculos son fundamentales para nuestro desarrollo emocional y cognitivo.
Cuando nacemos el único cerebro bien desarrollado en ese momento es el instintivo que se le conoce como reptiliano, es el que nos permite que sigamos existiendo como especie y se encarga de nuestras funciones biológicas.
Como bebés no tenemos idioma, lenguaje o comunicación, el único medio que tenemos para comunicarnos es el llanto, es la forma en la que podemos intercambiar información. Partiendo de ese “diálogo” con mamá y papá nuestro cerebro instintivo está hiperconectado a nuestros padres; en ese sentido ellos fueron la primera pareja que conocimos y también la primera referencia de forma genética que tuvimos.
Es en esta etapa cuando aprendemos a vincularnos, al tener ciertas necesidades cubiertas y esperando a que nuestro cerebro reptiliano se sienta satisfecho ante la respuesta de nuestros padres biológicos o cuidadores.
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Inteligencia vincular y afectiva y mensajes confusos sobre el amor
Al ser bebés experimentamos el apego a través de lo que nos sucede en los primeros meses de vida, a eso se le llama ‘Imprinting de Nacimiento’, este período temprano es fundamental para aprender a relacionarnos y percibir el amor.
Básicamente, significa que las personas aprenden su inteligencia vincular y afectiva desde ese momento de vida, por eso es importante escudriñar en toda nuestra etapa de crianza y esto dura aproximadamente los primeros tres años, después el daño causado ya está hecho. Todo lo que sucede luego de eso es un reforzamiento de los primeros vínculos, de las heridas originales, que también es influenciado por otras áreas de la vida: la escuela, la cultura, las religiones, etc.
En toda esta etapa el infante aprende a sobrevivir pero este proceso puede estar marcado por mensajes confusos sobre el amor, que luego van a influir en su manera de ser pareja en la adultez.
Por ejemplo:
-”Cuando mamá dice que te quiere mucho, pero te pega, entonces esa niña o niño reforzó que para sentir el amor de mamá, se tiene que dejar maltratar”.
Esta experiencia va a estar vinculada a la primera Ley de los Sistemas Familiares, al derecho de ‘pertenecer’, que continuando con el ejemplo la niña/o hará cualquier cosa para sentir que se integra a su manada.
Otro caso puede ser: si el niño aprende que sólo reprimiendo sus emociones podrá ser aceptado en su familia, entonces así lo hará, será su manera de sobrevivir porque su cerebro reptiliano no tiene la capacidad cognitiva de entender el por qué en ese momento sus padres no pudieron responder a su necesidad de validar y acompañar sus emociones.
Por eso es que los traumas de la infancia son tan fuertes, ya que, entre más pequeñas/os estábamos cuando sucedió la herida profunda, más difícil se volverá sanar el trauma, por la dificultad de recordarlo.
Necesidad de pertenecer
A medida que crecemos y nos alejamos de la infancia, buscamos nuevas formas de pertenencia y conexión en el mundo. La adolescencia marca un período de transición en el que nos alejamos de la dependencia de los padres y buscamos la aceptación y el amor de nuestros pares: amigos o primeras parejas. Sin embargo, estos primeros intentos de encontrar nuestra identidad y lugar en el mundo pueden verse afectados por las heridas emocionales arraigadas en la infancia.
Y es ahí, en esos nuevos vínculos, donde vamos a llevarnos los asuntos no resueltos de nuestra infancia; recordemos que nuestra forma de vincularnos y de pertenecer lo aprendimos en la niñez, entonces todo aquello que nos hizo falta en nuestros primeros años de vida probablemente saldremos a buscarlo en los vínculos que construyamos cuando seamos más grandes y/o más adultos.
Cada una de nosotras/os tenemos una herida y una máscara con la que respondemos y nos relacionamos con el mundo. Y en todo este camino el cerebro se sigue desarrollando y será influenciado por muchos factores, entonces ¿por qué y para qué nos emparejamos?
Por la necesidad de pertenecer.
Aunque la pertenencia no está del todo mal, se vuelve complejo cuando sacrificamos áreas de nuestras vidas para “ser parte de”, y es muy difícil salir de esa situación porque repetimos el patrón que conocemos, el amor primario que aprendimos en los primeros años de vida.
Y por ende el deseo más grande de pertenecer en la infancia nos lo llevamos como el anhelo más grande a la pareja. Entonces cuando esa relación falla, cuando esa inversión emocional no da para más, también se torna en el fracaso más profundo.
La pareja es el área de la vida donde somos más vulnerables y nos enseña nuestros dolores y carencias más profundas. Fácil es emparejarse desde ahí, lo difícil es vincularse, sostener y vivir una relación desde la adultez.
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¿Qué necesita una relación para funcionar?
Tiene que ser entre dos personas adultas (no solo en edad, sino también en desarrollo y crecimiento psicoemocional), porque ningún niño/a está listo para sostener una relación de pareja. El problema es cuando nos emparejamos con personas que, a pesar de tener una edad adulta se infantilizan muchísimo y se relacionan desde sus propias heridas.
Cada adulto en la pareja debe tener su propósito de vida independiente.
Y también deben tener un proyecto de pareja en común, que le dé sentido a la relación.
Todo lo anterior no debe ser tomado como promesa ni garantía de que la relación durará para “siempre”, porque parte de amar como adultos es aceptar que el vínculo puede acabarse en cualquier momento, que es posible que nuestro proyecto de vida (independiente al de la pareja) puede evolucionar y dejar de estar alineado al de nuestra pareja. Si eso ocurre es una buena señal de que el vínculo ha cumplido su propósito y que posiblemente también ha llegado a su final.
Lo importante es que decidamos emparejarnos desde la parte más adulta, en nuestro propio formato de ser pareja, y que encontremos personas que también estén dispuestas a ello, con quienes podamos negociar aquellos aspectos que son vitales para nosotras/os, sin buscar ser copia o réplicas de modelos de amor desactualizados.
No hay modelo de amor perfecto o ideal
Los medios, la cultura y la sociedad se han encargado de hacernos creer que existe un modelo único y hegemónico de ser pareja, y la realidad no podría estar más alejada de eso.
Hay parejas que se separan porque creen que necesitan caber en ese modelo "perfecto" de ser pareja, y cuando no lo logran la ruptura es inevitable, así como la sensación de fracaso.
Entonces es vital comprender que el modelo de amar de cada persona varía según su propia historia, y con ello se cae totalmente esta concepción de que existe un modelo de amor ideal que todes deberíamos alcanzar.
¿Qué factores influyen en la construcción de nuestro estilo y modelo de amar?
Nuestro tipo de apego (aprendido en los primeros años de vida).
Heridas de infancia.
La pareja que queremos construir.
Y nuestro proyecto de vida.
No hay un modelo igual a otro porque cada una/o venimos de una historia personal y familiar diferente. ¡Y qué alivio que sea así! Porque eso significa que tenemos la oportunidad de construir un vínculo de pareja que se vaya adaptando a nuestros deseos y necesidades, sin tener que sacrificar nuestra esencia para quedarnos ahí.
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Sanar heridas de infancia para amar bien
El viaje hacia la adultez implica enfrentarse a las heridas de la infancia y aprender a sanarlas para construir relaciones más saludables y prósperas. Esto requiere un profundo autoconocimiento y un compromiso constante con el crecimiento personal.
A medida que exploramos nuestras propias necesidades emocionales y experiencias pasadas, podemos comenzar a desafiar los viejos modelos de relación y crear un estilo propio basado en la autenticidad y la conexión genuina.
La pareja, como la forma más íntima de relación humana, se convierte en un terreno fértil para explorar y sanar nuestras heridas emocionales más profundas. Sin embargo, para que una relación de pareja funcione, es fundamental que ambos miembros sean adultos, emocionalmente independientes, con un propósito de vida claro y compartido. Además, es esencial aceptar ciertas renuncias, como la idea de la perfección o la creencia de que el amor todo lo puede.
Solo a través de este proceso es que podremos revolucionar nuestros afectos y transformar nuestras relaciones, para construir vínculos que nos expandan en lugar de que nos limiten y contraigan. Todes merecemos un amor adulto, sano y próspero, ¡y vos podés tenerlo! Si este tema te resuena la siguiente información es para vos:
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